Apuntes sobre la belleza
- Cori de Veer Bermúdez
- 3 nov 2024
- 7 Min. de lectura

¿Aún es bella?
Un día Isabelle, la nieta de la destacada artista estadounidense Agnes Martin, le mostró una rosa a su abuela. Agnes tomó la rosa y le dijo a la niña: “¿Esta rosa es realmente bella?” A lo que Isabelle respondió: “Sí”. A continuación, la artista escondió la rosa detrás de su espalda y le preguntó: “¿Y ahora, la rosa aún es bella?” “Sí”, volvió a decir Isabelle. Seguidamente Agnes Martin le dijo: “Ves, Isabelle, la belleza está en tu mente, no está en la rosa”.
Me inspiré en la historia de Agnes Martin y su nieta Isabelle, al presentar el mapa de Venezuela tapado por un gran rectángulo rojo mientras me hago la misma pregunta: “¿Aún es bella?”
Creo que la belleza e importancia de nuestro país, a pesar de estar oculta, está impresa en la mente de cada uno de sus ciudadanos.
El término belleza —del griego *kalia* (bello)— se entiende como el orden que posee un objeto dentro de sí mismo, pero también como algo que genera orden en el exterior.
Desde probablemente la propia existencia de la humanidad, hemos intentado capturar y definir la belleza. Esta se ha convertido en uno de los temas más duraderos y controvertidos de la filosofía occidental y es, junto con la naturaleza del arte, uno de los dos temas fundamentales de la estética filosófica.
La noción de lo bello ha sido un tema debatido constantemente en torno a dos posiciones enfrentadas: la objetividad y la subjetividad. La primera ha persistido desde la antigüedad hasta el Barroco, hasta que finalmente la segunda se impuso durante el llamado siglo de las luces, al dejar de ser obvia su conexión con criterios como la proporción, el orden y la simetría. Cobra fuerza entonces la idea de que lo bello depende en mayor medida del sujeto que lo percibe.
La belleza según Platón y Aristóteles
Para Platón, es bello todo lo que causa admiración, no solo a los ojos o a los oídos. El filósofo manejaba un concepto de belleza amplio que abarcaba valores estéticos, cognitivos y morales, como la justicia, las buenas costumbres, la ciencia y la virtud. Para Platón, la belleza era inmutable (no cambia con el tiempo), universal, racional y absoluta.
Para Aristóteles, es bello lo que es valioso por sí mismo y que nos agrada, lo que es apreciado por sí mismo y no por su utilidad, y lo que nos proporciona placer o admiración. Define la belleza como “armonía”, entendida como la debida proporción de las partes con el todo. En sentido aristotélico, las características de la belleza serían el orden, la proporción, la luminosidad y el ritmo.
Para Platón, la belleza es un valor objetivo: el objeto es bello en sí mismo. Para él, la belleza no podía depender de los gustos de los hombres. De hecho, llegó a escribir: «no tengo interés por lo que parece bello a la gente, sino por lo que lo es». Por el contrario, para Aristóteles, el sujeto decide si el objeto es bello, incluso cuando no se rige por los cánones de la perfección.
La belleza según Santo Tomás de Aquino
Durante la Edad Media y en la escolástica, predomina una concepción metafísica de la belleza. Esta concepción tiende a armonizar las ideas sobre la belleza manejadas por Aristóteles. Para Santo Tomás de Aquino, la belleza se resume en dos frases que se han hecho clásicas: «lo bello es lo que agrada a la vista» y «la belleza es el esplendor de la forma en las partes proporcionadas de la materia». La belleza, dice, incluye tres condiciones: 1) La integridad o perfección (los objetos rotos, deteriorados o incompletos no son bellos). 2) La proporción o armonía. 3) La luminosidad o claridad, donde la luz es un símbolo de la belleza y la verdad divinas.
La filosofía moderna
En la estética del siglo XVIII resalta los aspectos subjetivos e indeterminables del gusto. Entre los pensadores ilustrados más significativos de lo que hoy es filosofía del arte, sin lugar a dudas se encuentran David Hume (1711-1776), Denis Diderot (1713-1784), Immanuel Kant (1724-1804) y Edmund Burke (1729-1797).
Para Hume: «La belleza de las cosas existe en el espíritu de quien las contempla». Así, Hume concibe el gusto como un sentido interno y la belleza como una sensación placentera de ese sentido. Este placer puede proceder de la forma o apariencia de los objetos, así como de la simpatía y la idea de la utilidad, surgiendo la belleza de la forma y la belleza de la imaginación.
Hume resalta cinco condiciones idóneas para la posibilidad del juicio crítico: buen sentido unido a una delicadeza del gusto, mejorado por la práctica, perfeccionado por comparación y libre de todo prejuicio.
Hume reconoce la existencia de ciertas cualidades que, por naturaleza, son apropiadas para diferenciar la belleza de la deformidad. Como estas cualidades a menudo se hallan en pequeño grado o confundidas entre sí, el ser humano necesitará contar con una gran sutileza y exactitud en los órganos de sus sentidos para que el gusto sea afectado por ellas. Nada contribuye más a mejorar este buen sentido y delicadeza que la práctica y la contemplación de una clase particular de belleza. Esta práctica conlleva a la comparación de las diferentes clases de belleza que existen. Para ello, el crítico ha de ser ajeno a todo prejuicio; nada ha de influir en él salvo el objeto en cuestión. En este sentido, el crítico ha de situarse en el punto de vista que la obra requiera, para no descontextualizarla.
A diferencia de Hume, Diderot propone que la belleza es una cualidad de las cosas, pero también está en la mente y el cuerpo de quien la observa. Exige una condición mental y fisiológica. Bello es aquello que despierta en el sujeto, en sus sentidos y su entendimiento, la idea de relación.
Diderot, fundador de la enciclopedia, siendo un buen ilustrado, toma partido a favor de los modernos y rompe con el ideal de belleza absoluta, eterna e inmutable, abrazando la belleza relativa. Diderot argumenta: «Yo llamo, pues, bello fuera de mí, a todo aquello que contiene en sí mismo el poder de evocar en mi entendimiento la idea de relaciones, y bello en relación a mí, a todo aquello que provoca esta idea».
Para Kant, la belleza es una realidad racional con cierta apertura a lo que se manifiesta. La belleza tiene que ser agradable a la razón y apetecible a los sentidos. Según este filósofo, «lo bello es lo que complace universalmente sin concepto; bello es objeto de un placer desinteresado». Así, la belleza ya no se identifica con lo armónico, sino que se busca en los aspectos característicos de las cosas. Desde ese punto de vista, se distinguirá entre lo que es “bello” y lo que es “sublime”, siendo esto último la máxima expresión que puede alcanzar la belleza.
Kant sostiene que los juicios estéticos deben tener cuatro características distintivas: 1) Que sean desinteresados, 2) Que sean universales, 3) Que sean necesarios, 4) Que sean intencionados sin propósito.
Esto significa que disfrutamos de algo porque lo juzgamos bello, en lugar de juzgarlo bello porque lo encontramos placentero. Kant insiste en que la universalidad y la necesidad son, de hecho, un producto de las características de la mente humana, y que no hay una propiedad objetiva de algo que lo haga hermoso. El propósito de un objeto es el concepto según el cual fue creado. Es parte de la experiencia de los objetos bellos, argumenta Kant, que deberían afectarnos como si tuvieran un propósito, aunque no se pueda encontrar un propósito en particular.
En el tratado Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, escrito en 1757, Edmund Burke establece que lo bello es aquello bien formado y placentero estéticamente, mientras que lo sublime es aquello que tiene el poder de hacernos evocar y destruirnos. Esta fue la primera exposición filosófica completa en separar la belleza y lo sublime y llevarlas a un campo racional, independiente del otro.
El trabajo de Burke llamó la atención de Diderot y de Kant.
Hay algunos puntos convergente entre las ideas de Burke y Diderot, con respecto a la experiencia estética, ambos admiten que en todos los juicios que el hombre emite sobre lo bello interviene su propia naturaleza. Adicionalmente, ambos opinan que la utilidad poco o nada tiene que ver con lo bello.
Kant critica a Burke por no entender las causas de los efectos mentales que ocurren en la experiencia de lo Bello o lo Sublime. Según Kant, Burke simplemente reunió información de modo tal que un futuro pensador pudiera explicarlas.
Referencias
Diderot, Denis. “Investigaciones Filosóficas Sobre El Origen y Naturaleza de Lo Bello”. Edición preparada por Fernando Savater (1975). Madrid, Editora Nacional.
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