Memorias urbanas
- Cori de Veer Bermúdez
- 31 oct 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 nov 2024
Siempre me ha fascinado cómo la arquitectura y los elementos urbanos reflejan la cultura y personalidad de cada lugar. He observado que en las ciudades latinoamericanas, a pesar de la diversidad cultural y geográfica, hay un denominador común: la desigualdad. Esta región es, según el Banco Mundial, la más desigual del mundo y esa disparidad se manifiesta de manera palpable en su arquitectura.
Tomemos, por ejemplo, a Buenos Aires y su elegante Avenida Alvear, donde los edificios de estilo francés evocan una época de esplendor y riqueza y que contrastan con la miseria que se encuentra a pocos kilómetros de distancia. En México, el contraste es también evidente entre los rascacielos de Santa Fe y las casas improvisadas de las colonias populares. Este fenómeno no es exclusivo de estas ciudades; se repite en Lima, Bogotá y, por supuesto, en Caracas, mi ciudad natal.
Caracas es un caleidoscopio urbano donde las torres de vidrio y acero se levantan junto a barrios de bloques y zinc. Aquí, como en otras ciudades latinoamericanas, las tensiones políticas, económicas y culturales se reflejan en el paisaje urbano. Néstor García Canclini señala que "la ciudad es un espacio de confrontación simbólica", donde coexisten múltiples realidades que a menudo derivan en escenarios caóticos y distópicos.
Enrique Larrañaga, arquitecto venezolano, describe cómo la topografía de Caracas acentúa los contrastes sociales de la ciudad. A diferencia de ciudades planas como Buenos Aires, donde las disparidades pueden ocultarse detrás de edificios, en Caracas los barrios precarios se extienden por las montañas, creando una fachada visible y omnipresente de desigualdad. Esta estructura urbana obliga a los habitantes a transitar continuamente entre sectores acomodados y zonas menos favorecidas, evidenciando un "cambio de canal" abrupto y constante.
La autopista que separa La Urbina de Petare es un ejemplo emblemático de este contraste, ofreciendo una experiencia visual de la coexistencia de dos realidades urbanas opuestas.
El arquitecto también reflexiona sobre la percepción de lo público y lo privado en la ciudad. Lo público se descuida al considerarse "de nadie", mientras que lo privado recibe atención y cuidado. Esta mentalidad contribuye al deterioro del espacio urbano compartido, donde la basura y el descuido son comunes. Larrañaga sugiere que esta falta de aprecio por lo colectivo es un reflejo de la sociedad latinoamericana, que aún no ha comprendido que lo público es, en realidad, de todos y merece ser valorado y cuidado.
En mi proyecto "Memorias urbanas", intento capturar estas complejidades. Recorro la ciudad, recojo objetos y materiales que incorporo en esculturas de hierro, creando formas espaciales que simbolizan diagramas urbanos. Estas esculturas representan rutas que se superponen y chocan, asediadas por oposiciones y desequilibrios. Mi intención es reflejar el contraste entre la opulencia y la miseria, el despilfarro y el hambre, la barbarie y la civilización, que son tan característicos de las ciudades latinoamericanas posmodernas.

La urbe es un espacio donde se producen realidades heterogéneas y complejas, y es allí donde mejor se reflejan las tensiones de nuestra sociedad. A través de mi trabajo, busco no solo representar estos contrastes, sino también invitar a la reflexión sobre las profundas desigualdades que nos definen. Como bien decía el arquitecto y urbanista brasileño Jaime Lerner, "la ciudad no es un problema, es una solución". Tal vez, al entender mejor nuestras ciudades, podamos encontrar caminos para construir un futuro más equitativo.

Conoce más sobre mi trabajo Memorias Urbanas aquí.
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